Amazonas es el estado más al sur de Venezuela. Resalta por una superficie mayormente indómita. También, por albergar el pulmón vegetal más importante del mundo. El Amazonas es un modo y estilo de vida tan natural que termina por ser indescriptible. Y como muestra de la bondad de esta verde y apartada tierra se produce una calidad de cacao de una alta pureza y un exquisito sabor con aroma a frutas cítricas y dulces, a malta y a flores y un sorprendente, y codiciado, aroma a madera.
San Juan de Manapiare es un pequeño pueblo indígena plantado en la selva amazónica, selva prodigiosa y sobrenatural. Su cualidad excepcional es una bondad para la naturaleza. Más que un pulmón vegetal para la humanidad, es un espejo para que el hombre contemporáneo entienda lo que somos en término de lo que no hemos sido y volveremos a ser.
En todo el delta del río Orinoco se cultivan dos variedades de cacao: el criollo y el trinitario. El cacao que se beneficia en San Juan de Manapiare proviene del Orinoco. Es un cacao que brota espontáneo en los islotes, pequeñas porciones de tierra que se salvan de ser inundadas. La recolecta de las mazorcas es hecha por los indígenas amazonenses de las etnias piaroa, curripaca, y yekuana.
Cosecha y traslado requieren un largo y laborioso viaje desde los distintos y remotos islotes de ese Dios protector que es el Orinoco, que baña las plantaciones de cacao para dar ese exquisito y divino fruto que, tras recorrer ríos y caños en canoas y curiaras por aproximadamente 10 kilómetros -unas 6 millas- llega al centro de beneficio, para ser tratado, con dedicación por estos descendientes directos de nuestros ancestros.
Una vez separada la semilla del yuyo, se procede a la fermentación en cajas de madera cubiertas con hojas de plantas almacenadas en churuatas construidas con barro y bahareque; nada más natural para que el grano reciba la justa cantidad de oxígeno y calor durante unos 6 a 7 días, donde es removido cada 24 horas. Luego, es llevado al sol durante 5 días para que todos los aromas se sellen en el grano.
De aquí, la creencia que el mágico secreto de lo extra fino del cacao del Amazonas se debe, en parte, a las aguas que arrastran a su paso materia orgánica de árboles y frutos silvestres, restos de fauna y minerales que actúan como fertilizantes. La travesía por raudales de agua en medio de la más abundante variedad de flora del planeta y la diversidad de manos indígenas, lo condimenta para hacer de este cacao, un producto extra fino.
Algunas tribus, conservan aún la ancestral costumbre de “sembrar el grano”, tapándolo con tierra y colocándolo al sol, para de esta forma garantizar el secado postfermentación en un ambiente con exceso de humedad.
De esta forma, ceñidos a toda una cultura de labores apoyada en las bondades de la selva amazónica y en la voluntad inquebrantable de sus nativos, se produce en Amazonas este cacao bendecido por la magia y el enigma de la selva para la degustación de nuestro paladar.